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jueves, 25 de septiembre de 2014

CIEN POEMAS...

Cien poemas…
         ... dedicado a Dorita Puig.

                “Dejé escritos cien poemas
                es decir,
                cien formas de morir”  (Elvira Sastre)
y morí cien veces
cada vez
y no aprendí nada
porque no hallé nada tampoco
ni un punto de luz
siquiera
al final del túnel…
Desde el principio
te dieron una leve luz
como de luciérnaga,
un ascua moribunda
como un embrión de luz
y la gestaste vanamente
como esperando,
intentando ser…
ser luz
humilde y dolorosa,
un leve resplandor apenas
temblando en el cuenco de la mano…
un tenue soplo puede matarla
o darle vida
danzando
de una mano a otra mano
sin cesar, candente
amenazada de muerte
atenazada de vida:
en cada inspiración
una bocanada
de oxígeno para quemar
en cada expiración una sentencia de muerte:
vida, muerte…
¡qué más da!
                                Mariano Ibeas 27/07/2014

viernes, 17 de enero de 2014

EL MOLINO INDIANO

El Molino Indiano…
Este ultimo término, como la huerta de La Olmera,  tenía  para la familia un sentido particular. Mi familia había heredado dos o tres edificios en ruinas; dos de ellos habían sido viejos molinos harineros en el cauce del río Zorita. El primero frente a la era de trillar, el segundo frente a la huerta de arriba que todavía conservaba la planta baja, donde se guardaba al fresco la cosecha de patatas y el tercero, era "el molino de abajo", y para la familia "El molino indiano", que todavía funcionaba para moler el cereal y conseguir la harina de cebada o centeno para pienso de los animales.
Efectivamente, allí había un molino de harina, explotado por el concejo, nada que ver por lo tanto con un “trapiche” o molino de caña de azúcar, un “ingenio” de los que se encontraban en Cuba. A saber cuál era el origen de semejante nombre. Teníamos cerca una finca. Todo el lindero estaba plantado de ciruelos de variedades distintas que ofrecían generosos sus frutos cada año y que tenían para mí un recuerdo en particular. Las ciruelas eran responsables de algún dolor de tripa cada año, pero el lugar, con un arroyo alrededor de la finca, estaba también plagado de zarzas y de espinos y guarda para mí un suceso doloroso de recordar.
Yo tenía siete u ocho años. Montaba a pelo en una yegua que para mí tamaño de entonces era enorme y no debía soportar demasiado a gusto mi ligero peso, el azuzar de mis talones y mis golpes en la grupa con las riendas.  Yo iba al trote y al pasar junto a la finca, la yegua bajó la cabeza y las ramas bajas de los ciruelos me barrieron literalmente del lomo de la bestia y yo caí entre las zarzas, los espinos y de los endrinos que también allí crecían con abundancia. Aún me duele el recordar el episodio y no sé todavía si fueron  lo  peor los arañazos o me dolió más la humillación y la indignidad de la caída y la vergüenza.
Lecciones de cosas, una vez más.